Comentarios a la nota de Felipe Pigna publicada el 15 de febrero de 2009 en Clarín
por Diego A. Mauro
-profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Becario de CONICET, director de la revista Pensar y miembro del comité editorial de la Revista Prohistoria.
Después de leer la nota de Felipe Pigna publicada el 15 de febrero en Clarín, varias cosas pasaron por mi cabeza. Lo primero fue el deseo de marcar inexactitudes, de señalar contradicciones y apreciaciones bastante dudosas. Hace varios años que investigo sobre el tema con una beca doctoral del CONICET, de modo que señalar flaquezas en el planteo hubiera sido relativamente sencillo. No obstante, inmediatamente me di cuenta que eso servía de poco. Saciaba mi “ego” personal, pero, más allá de ese pequeño aliciente era una actitud poco constructiva. Uno de esos vicios de “soberbia académica” que detesto pero que de vez en cuando me apresan. La figura mediática de Felipe Pigna es motivo de algún que otro debate de café en el ambiente de los historiadores “profesionales” que, en general, salvo excepciones, cuestionan su producción. En lo personal, conozco muy poco lo que escribe Pigna y sólo leí la nota porque me la envió una colega a la que estimo. Suelo pensar que las críticas se deben más a una muy mundana envidia que a una cuestión de “calidad académica o científica”. Vi algunas de sus entrevistas, que me parecieron atractivas, pero nada más. No me interesa discutir sus libros (que no conozco) ni, por cierto, lo que entiendo es una interesante articulación entre historia y medios masivos de comunicación. Algo en lo que desde las universidades estamos en deuda con la sociedad. Debo decir que menos que hace algunos años, pero aún así en deuda. Aunque más no sea, porque ella, con sus impuestos, paga nuestras becas y salarios. Lo que está claro es que la sociedad desea saber sobre el pasado y Pigna ofrece un “producto” para un mercado que ha sabido recortar bien. Esa es, al menos en parte, la clave de su éxito y lo felicito sinceramente por ello. No me interesa tampoco discutir el gobierno de Luciano Molinas (el tema de la nota), algo que requeriría de más caracteres de los que dispongo aquí. Pigna dice algunas cosas “ciertas” e interesantes y otras no tanto, pero lo que quiero no es discutir “datos”, sino hermenéutica: palabra difícil para referirse a “interpretación”. Hay algo que no deja de sorprenderme, ¿por qué la historia mediática (y a veces también la otra) tiene que presentar siempre a buenos y malos? Pedagógica, didáctica y políticamente puede ser una estrategia provechosa, pero me sorprende que no se intenten otras formas de pensar el pasado. No creo que, en este caso, el problema sea el mercado. Entiendo que lo más interesante de la historia es su capacidad de desnaturalizar el mundo, de mostrarle a cada persona, a cada sociedad, en cada momento, que las cosas cambian, que fueron diferentes y que, inevitablemente, seguirán cambiando. Que tras los cambios hay muchas causas, factores y procesos pero que son los hombres, después de todo, los que construyen el mundo. Esto es algo formidable, revolucionario, magnífico. La historia nos dice que nosotros hacemos el mundo y que el mundo siempre cambia...cada uno sacará sus conclusiones. Cuando a Sartre le preguntaban que era la libertad respondía sin vueltas: “hacer con lo que han hecho de nosotros”. Extraordinaria fórmula que sintetiza toneladas de libros de filosofía, sociología e historia. Después de todo, vivir es decidir en condiciones dadas, decidir con la inercia de la historia a cuestas. Sin embargo, en lugar de explotar estas posibilidades de la historia, se sigue insistiendo en que hay buenos y malos. Ante todo cabría decir que, si lo que queremos es leer sobre buenos y malos, nada mejor que el prolífero revisionismo histórico en sus diferentes vertientes. Eran en muchos casos libros fantásticos, tanto porque hablaban de fantasías como porque eran francamente entretenidos, llenos de pasión y de vida. Sigo pensando que si queremos leer sobre buenos y malos, es mejor volver a los textos que, entre 1930 y 1980, nos legaron los diversos revisionismos cultivados en el país. Cada uno escogerá, de acuerdo a sus concepciones, el autor que mejor le plazca. Insisto, no obstante, en que la fórmula “fantástica” tiene muchos problemas. En primer lugar porque para que haya buenos y malos tenemos que definir primero el bien y el mal. Mi intención no es bajo ningún punto de vista alivianar la violencia y el autoritarismo de la salida fascista dibujada por Uriburu, sino poner paños fríos a las visiones duales. Uriburu no salió de un repollo, los que mataron o torturaron anarquistas durante su dictadura tampoco. Los que dispararon los fusiles, los que cargaron los cuerpos y los enterraron, los que torturaron con la “goma”, la “reja”, la “palanca” y otros implementos fatídicos, habían aprendido los gajes del oficio bastante antes. Cuando se divide el mundo en buenos y malos se corre el peligro de no entender nada ni sobre el bien, ni sobre el mal, ni sobre el pasado o el presente. Ante todo, porque el bien y el mal surgen de la historia misma. La nota los absolutiza más allá de ella (casi religiosamente) para recorrerla luego desde dicho prisma que, además, dicho sea de paso, no es explicado a los lectores. El bien y el mal de la historia son, en este caso, el bien y el mal que el historiador en cuestión, a título personal, ha definido como tales. Por supuesto, esto se oculta, no se le informa al lector con quien se establece una complicidad. Una complicidad que asegura la publicación, promoción y venta de libros. Pero repito, el problema no debe buscarse, por el momento, en la “industria cultural”, tampoco en el mercado. Sigamos buscando. Me pregunto si sirve de algo una historia que no sacuda a su lector, que no lo incomode un poco, que no le diga nada por fuera de lo que está deseando escuchar. La historia deja de ser interpretación, de estar viva, para convertirse en un instrumento para construir un lugar seguro, un refugio de verdades intocables desde donde ver y, sobre todo, juzgar al mundo, sintiéndose bien por ello. Los lectores podrán decir entonces: “yo no soy como los que ven Tinelli, yo leo historia. ¡Qué barbaridad! Todo está mal porque la gente mira bailando en el caño y no sabe que Molinas iba a cambiar el mundo”. La caricatura, por desgracia, no está lejos de la realidad. Recuerdo, por allí, que Badiou (un filósofo contemporáneo) decía que lo que evita los “errores” del pasado (y los nuestros son muchos, empezando por el horror del terrorismo de estado) no es la memoria sino el pensamiento. La historia tiene que ayudarnos a pensar y para ello tiene que dejar de darnos versiones de “comic” de nuestro pasado. Molinas no fue He-Man o Mazinger (reconozco que a estos héroes de mi infancia ya no los conoce nadie). Fue el gobernador de un partido atravesado por muchas contradicciones, como la vida misma. Inmerso en formas de hacer política que se parecían bastante a las de sus denostados adversarios radicales, innovador en algunos aspectos, podríamos decir “modernizador”, pero al mismo tiempo responsable del ajuste más grande conocido por la provincia hasta entonces. Esto, no vuelve a Molinas “malo”, lo hace real, presenta a un partido batallando con sus ideas y con sus estructuras, guiado por algunos principios, pero a los que -como todos- era capaz de traicionar. ¿Quiénes ocuparon los puestos de la burocracia estatal después del golpe de Uriburu sino los militantes del PDP? Los mismos que, como el resto de las fuerzas políticas, salieron a las calles para festejar el derrocamiento de Irigoyen... ¿Esto los hace “malos”? No lo sé..., ¿le importa a la historia? Tampoco me atrevo a responder, aunque si me pregunto: ¿Santa Fe, le dijo no al fraude?... La frase puede ser útil para un “discurso de barricada”, para hacer política...tal vez, pero dudo mucho que nos ayude a entender el gobierno de Molinas. Si seguimos abrazando caricaturas (más allá de nuestros deseos o intenciones) corremos el peligro de que lo que más repudiamos vuelva, de lo que más dolor nos ha causado como sociedad se repita. Si en lugar de ayudar a pensar, la historia bloquea el pensamiento, lo cierra, lo anula tras fórmulas tranquilizadoras (reconozco que la tentación es grande) corremos el peligro de que, en una vuelta del destino, “perdamos la lucha por la memoria” y los fantasmas agiten sus cadenas. ¿Qué haremos entonces? Entiendo que entonces los grandes héroes del pasado no harán nada por nosotros.
por Diego A. Mauro
-profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Becario de CONICET, director de la revista Pensar y miembro del comité editorial de la Revista Prohistoria.
Después de leer la nota de Felipe Pigna publicada el 15 de febrero en Clarín, varias cosas pasaron por mi cabeza. Lo primero fue el deseo de marcar inexactitudes, de señalar contradicciones y apreciaciones bastante dudosas. Hace varios años que investigo sobre el tema con una beca doctoral del CONICET, de modo que señalar flaquezas en el planteo hubiera sido relativamente sencillo. No obstante, inmediatamente me di cuenta que eso servía de poco. Saciaba mi “ego” personal, pero, más allá de ese pequeño aliciente era una actitud poco constructiva. Uno de esos vicios de “soberbia académica” que detesto pero que de vez en cuando me apresan. La figura mediática de Felipe Pigna es motivo de algún que otro debate de café en el ambiente de los historiadores “profesionales” que, en general, salvo excepciones, cuestionan su producción. En lo personal, conozco muy poco lo que escribe Pigna y sólo leí la nota porque me la envió una colega a la que estimo. Suelo pensar que las críticas se deben más a una muy mundana envidia que a una cuestión de “calidad académica o científica”. Vi algunas de sus entrevistas, que me parecieron atractivas, pero nada más. No me interesa discutir sus libros (que no conozco) ni, por cierto, lo que entiendo es una interesante articulación entre historia y medios masivos de comunicación. Algo en lo que desde las universidades estamos en deuda con la sociedad. Debo decir que menos que hace algunos años, pero aún así en deuda. Aunque más no sea, porque ella, con sus impuestos, paga nuestras becas y salarios. Lo que está claro es que la sociedad desea saber sobre el pasado y Pigna ofrece un “producto” para un mercado que ha sabido recortar bien. Esa es, al menos en parte, la clave de su éxito y lo felicito sinceramente por ello. No me interesa tampoco discutir el gobierno de Luciano Molinas (el tema de la nota), algo que requeriría de más caracteres de los que dispongo aquí. Pigna dice algunas cosas “ciertas” e interesantes y otras no tanto, pero lo que quiero no es discutir “datos”, sino hermenéutica: palabra difícil para referirse a “interpretación”. Hay algo que no deja de sorprenderme, ¿por qué la historia mediática (y a veces también la otra) tiene que presentar siempre a buenos y malos? Pedagógica, didáctica y políticamente puede ser una estrategia provechosa, pero me sorprende que no se intenten otras formas de pensar el pasado. No creo que, en este caso, el problema sea el mercado. Entiendo que lo más interesante de la historia es su capacidad de desnaturalizar el mundo, de mostrarle a cada persona, a cada sociedad, en cada momento, que las cosas cambian, que fueron diferentes y que, inevitablemente, seguirán cambiando. Que tras los cambios hay muchas causas, factores y procesos pero que son los hombres, después de todo, los que construyen el mundo. Esto es algo formidable, revolucionario, magnífico. La historia nos dice que nosotros hacemos el mundo y que el mundo siempre cambia...cada uno sacará sus conclusiones. Cuando a Sartre le preguntaban que era la libertad respondía sin vueltas: “hacer con lo que han hecho de nosotros”. Extraordinaria fórmula que sintetiza toneladas de libros de filosofía, sociología e historia. Después de todo, vivir es decidir en condiciones dadas, decidir con la inercia de la historia a cuestas. Sin embargo, en lugar de explotar estas posibilidades de la historia, se sigue insistiendo en que hay buenos y malos. Ante todo cabría decir que, si lo que queremos es leer sobre buenos y malos, nada mejor que el prolífero revisionismo histórico en sus diferentes vertientes. Eran en muchos casos libros fantásticos, tanto porque hablaban de fantasías como porque eran francamente entretenidos, llenos de pasión y de vida. Sigo pensando que si queremos leer sobre buenos y malos, es mejor volver a los textos que, entre 1930 y 1980, nos legaron los diversos revisionismos cultivados en el país. Cada uno escogerá, de acuerdo a sus concepciones, el autor que mejor le plazca. Insisto, no obstante, en que la fórmula “fantástica” tiene muchos problemas. En primer lugar porque para que haya buenos y malos tenemos que definir primero el bien y el mal. Mi intención no es bajo ningún punto de vista alivianar la violencia y el autoritarismo de la salida fascista dibujada por Uriburu, sino poner paños fríos a las visiones duales. Uriburu no salió de un repollo, los que mataron o torturaron anarquistas durante su dictadura tampoco. Los que dispararon los fusiles, los que cargaron los cuerpos y los enterraron, los que torturaron con la “goma”, la “reja”, la “palanca” y otros implementos fatídicos, habían aprendido los gajes del oficio bastante antes. Cuando se divide el mundo en buenos y malos se corre el peligro de no entender nada ni sobre el bien, ni sobre el mal, ni sobre el pasado o el presente. Ante todo, porque el bien y el mal surgen de la historia misma. La nota los absolutiza más allá de ella (casi religiosamente) para recorrerla luego desde dicho prisma que, además, dicho sea de paso, no es explicado a los lectores. El bien y el mal de la historia son, en este caso, el bien y el mal que el historiador en cuestión, a título personal, ha definido como tales. Por supuesto, esto se oculta, no se le informa al lector con quien se establece una complicidad. Una complicidad que asegura la publicación, promoción y venta de libros. Pero repito, el problema no debe buscarse, por el momento, en la “industria cultural”, tampoco en el mercado. Sigamos buscando. Me pregunto si sirve de algo una historia que no sacuda a su lector, que no lo incomode un poco, que no le diga nada por fuera de lo que está deseando escuchar. La historia deja de ser interpretación, de estar viva, para convertirse en un instrumento para construir un lugar seguro, un refugio de verdades intocables desde donde ver y, sobre todo, juzgar al mundo, sintiéndose bien por ello. Los lectores podrán decir entonces: “yo no soy como los que ven Tinelli, yo leo historia. ¡Qué barbaridad! Todo está mal porque la gente mira bailando en el caño y no sabe que Molinas iba a cambiar el mundo”. La caricatura, por desgracia, no está lejos de la realidad. Recuerdo, por allí, que Badiou (un filósofo contemporáneo) decía que lo que evita los “errores” del pasado (y los nuestros son muchos, empezando por el horror del terrorismo de estado) no es la memoria sino el pensamiento. La historia tiene que ayudarnos a pensar y para ello tiene que dejar de darnos versiones de “comic” de nuestro pasado. Molinas no fue He-Man o Mazinger (reconozco que a estos héroes de mi infancia ya no los conoce nadie). Fue el gobernador de un partido atravesado por muchas contradicciones, como la vida misma. Inmerso en formas de hacer política que se parecían bastante a las de sus denostados adversarios radicales, innovador en algunos aspectos, podríamos decir “modernizador”, pero al mismo tiempo responsable del ajuste más grande conocido por la provincia hasta entonces. Esto, no vuelve a Molinas “malo”, lo hace real, presenta a un partido batallando con sus ideas y con sus estructuras, guiado por algunos principios, pero a los que -como todos- era capaz de traicionar. ¿Quiénes ocuparon los puestos de la burocracia estatal después del golpe de Uriburu sino los militantes del PDP? Los mismos que, como el resto de las fuerzas políticas, salieron a las calles para festejar el derrocamiento de Irigoyen... ¿Esto los hace “malos”? No lo sé..., ¿le importa a la historia? Tampoco me atrevo a responder, aunque si me pregunto: ¿Santa Fe, le dijo no al fraude?... La frase puede ser útil para un “discurso de barricada”, para hacer política...tal vez, pero dudo mucho que nos ayude a entender el gobierno de Molinas. Si seguimos abrazando caricaturas (más allá de nuestros deseos o intenciones) corremos el peligro de que lo que más repudiamos vuelva, de lo que más dolor nos ha causado como sociedad se repita. Si en lugar de ayudar a pensar, la historia bloquea el pensamiento, lo cierra, lo anula tras fórmulas tranquilizadoras (reconozco que la tentación es grande) corremos el peligro de que, en una vuelta del destino, “perdamos la lucha por la memoria” y los fantasmas agiten sus cadenas. ¿Qué haremos entonces? Entiendo que entonces los grandes héroes del pasado no harán nada por nosotros.
La nota de Felipe Pigna a la que hace referencia Diego Alejandro Mauro puede leerse en
2 comentarios:
Muy buenas observaciones.
Grande diego, humille maestro, te felicito por el triunfo hoy, pero me parece que estaba todo arreglado con russo. ahora decime como hablas de pigna si decis que no lo leiste? de todas formas cuelgo el artículo en mi blog. un abrazo pelado
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